miércoles, 31 de julio de 2019

SIETE EUROS Y UN PAQUETE DE GALLETAS - Capítulo II: Gracias. Que Dios te bendiga

SIETE EUROS Y UN PAQUETE DE GALLETAS
Capítulo II – Gracias. Que Dios te bendiga

     Le decisión del trabajo a realizar y su desarrollo es exclusivamente mía, podía haber escogido cualquier otra cosa que jamás haría en mi vida, como vender  pañuelos en un semáforo, vestirme con ropa lujosa para ir a un sitio exclusivo y carísimo, raparme la cabeza y las cejas…He decidido coger el toro por los cuernos y enfrentarme a lo que más temo.

      Por la tarde hablo con Mónyca, le cuento la experiencia, el miedo y la vergüenza que me da ser reconocida o que alguien me pregunte. Me horroriza la idea de tener que mentir. Solo he estado una hora y me parece poco.

     Mónyca sabe bien de lo que hablamos, durante un año trabajó como voluntaria con los niños de la calle de México  junto al Padre Chinchachoma  (Alejandro García Durán).

     Las dos estamos de acuerdo en que la experiencia dará más fruto si empujo aún más mis límites y empleo dos días: El primero estaré todo el día en la calle, pasando sed, hambre y calor, vistiendo peor, oliendo mal…

     El segundo me iré al otro extremo permitiéndome los caprichos que se me ocurran, vistiendo bien, invitando a Jorge a comer en un buen restaurante…

     Durante la semana me preparo: El miércoles me despierto feliz y llena de energía, encantada con el reto. Pienso en lo que voy a hacer como una ordalía de Guevurá y eso me das fuerzas. Los días siguientes el entusiasmo alterna con el miedo. Tengo mucho miedo y me dan ganas de salir corriendo y abandonar, me pregunto qué disparate estoy a punto de hacer. Prefiero no pensarlo mucho y sigo confiando en Mónyca. 

     Shalom es una perra de terapia llena de energía y ganas de vivir. Está mucho más preparada que yo para lo que vamos a vivir: Nació y vivió en la calle donde aprendió pronto lo que es el maltrato, el miedo, la soledad, el frío y el hambre. Luego fue a parar a una perrera municipal, dónde se convirtió en una perra invisible, grande y negra, con hiperactividad, ansiedad y miedo a las personas, de difícil adopción. Como resultado de esta vida tan traumática también  necesita terapia.  Tuvo suerte de ir a una perrera dónde no se eutanasia a los perros que no son adoptados.  

      Salgo todos los días a montar acompañada por Shalom,  visto la misma camisa granate zarrapastrosa de cuello rozado  con más de 20 años que me pondré para pedir. Cinco días después, el domingo 21 de julio salgo a montar y no me ducho, voy despeinada y sudorosa,  la camisa granate, con el cuello y los puños deshilachados se tiene de pie sola. 

     Cojo mi documentación y la de Shalom, un poco de dinero y una botella de agua. Son casi las tres de la tarde, hace un calor abrasador y no he comido, tengo la tensión por los suelos y estoy  mareada. Shalom si que ha comido y manifiesta su alegría y su energía, le encanta la idea de acompañarme a la calle, de estar conmigo todo el tiempo. Todavía tiene algo de ansiedad por separación y no le gusta quedarse sola en casa.                                     
 


     Siento que estoy flotando y no me importa nada,  el estado ideal para salir a mendigar. Vuelvo a la calle Orense hay gente en las tiendas y en las terrazas que mira a través de mí como si fuera transparente. La soledad ya no duele tanto y ser invisible no me abruma. El cartel colgado del cuello me hace sentir miserable. Shalom está feliz y orgullosa en su papel de ángel guardián. Me mira con cariño y me animo.

     Vamos caminando hacia el intercambiador de Plaza de Castilla, veo  un termómetro que marca 43ºC, caminamos con lentitud por la sombra, Shalom da un gritito cuando  cruzamos la calle por un  asfalto abrasador expuesto al sol que no podemos evitar. Nos sentamos en un banco frente a una parada de taxis. Una niña quiere fastidiar a Shalom y le lanzo una mirada asesina que la traspasa, desiste. Descansamos un poco y llegamos al intercambiador. Allí hay bancos antimendigos,  incomodísimos, de una rejilla metálica que se clava en el culo y en la espalda, bancos de faquir. Llevamos casi 3 horas en la calle y no me importa nada, salvo los vigilantes, cada vez que se acercan escondo el cartel que he puesto en el banco, cartel que me hace  sentir insignificante. 
                       


     Al cabo de un rato se acerca un grupito de mujeres encabezado por un hombre que se dirige a Shalom, y le pregunta con voz infantil si está pasando mucho calor, una de las señoras se anima y le dice algo cariñoso a la perra. Sonrío al grupo agradecida e intento hablar con ellos, me ignoran.

     Después viene una señora vestida de blanco que podría ser mi madre, mira y remira ese cartel que me hace sentir tal vulnerable, lo lee desde una distancia prudencial y se sienta en  otro banco. Me pregunta desde lejos si tengo agua para la perra y me ofrece de la suya si no tengo, porque hace mucho calor (para la perra). Señalo la botella de plástico recalentada con la que sujeto el cartel y sonrío con gratitud.  Me conmueve profundamente que alguien se interese por Shalom y me hable, se me saltan las lágrimas. Fin de la conversación. Vierto agua en una bolsita de plástico para que Shalom pueda beber y le mojo la cabeza y el lomo. Yo sigo sin beber, el agua es para ella.

     Hasta ese momento los 3 vigilantes varones nos han declarado invisibles, pero la mujer es diferente, da vueltas alrededor de nuestro estrechando el círculo como si fuera un escualo, con su chaleco naranja, su porra y sus esposas. Me siento presionada como un perro callejero al que echan de todas partes, no puedo más y me levanto mirándola de reojo. La mendicidad con un animal está prohibida en Madrid. No se me ocurre que puedo identificarme y terminar esa pesadilla cuando quiera. Nos vamos.
       


     Bajamos por Bravo Murillo entre una multitud ociosa que sale de compras en domingo. Son más de las 6 y no he comido ni bebido nada, ando  en una nube, pienso en comerme un helado y me parece un placer celestial. Me quito el cartel para dejar de sentirme una apestada y recuperar la dignidad, sigo siendo la misma, sucia, sudorosa y desaliñada, pero ahora no mendigo. Entramos en la heladería. Me atienden con amabilidad, me siento en la terraza, en una silla cómoda y la camarera me acerca unas servilletas. El helado es un manjar que saboreo con lentitud, todo lo despacio que puedo para prolongar el placer y que no se deshaga con el calor. Me gustaría que durase mucho, mucho… Está riquísimo, tan frío, con ese barquillo crujiente que comparto con Shalom. Me chupo los dedos y lamería el papel que envuelve el cucurucho, pero solo tiene pegamento, no dejamos nada…

     Se ha terminado el agua y tengo que buscar una fuente donde rellenar la botella, hay una en la calle Artistas y allí encontramos a una mujer desdentada y pobre llenando unas botellas enormes que saca de una bolsa de plástico arrugada. Mientras lo hace nos habla de su marido enfermo, de lo que le gustan los perros, del perro que tenía y que ahora no puede tener… Bebemos y nos refrescamos, el agua fría de la fuente es un lujo en esta tarde abrasadora, tanto como la conversación con la mujer sin dientes. 

     Paso frente a mi casa y evito mirar, me gustaría  terminar con todo, entrar a descansar y poder ir al baño. 

     Seguimos hacia el Corte Inglés de Castellana y me siento en un banco de la calle Orense. Son las 7 y cada vez hay más gente, estamos frente a una tienda, cada vez que alguien entra y se abre la puerta sale una bocanada de aire frio delicioso. El vigilante de la tienda es un joven alto y musculoso que no deja de mirarnos, se ve que le encantaría salir con su porra y sus esposas a amedrentarnos  y decirnos que no quiere mendigos a su puerta, que es de mal gusto, indecoroso, que le espanta a la clientela de su tienda tan fina y exclusiva. Nos mira amenazante y le ignoro, sé que no puede hacer nada fuera de la tienda ¡Que se joda!

     Llevamos más de 4 horas, los paseantes con perros evitan acercarse como si estuviésemos tiñosas, los padres impiden que los niños que quieren acariciarla se acerquen,  como si Shalom pudiese transmitir algo terrible a sus perros elegantes o a sus niños, como si la pobreza y la mendicidad fuesen algo contagioso y mortal como el Ébola. Sigo en la nube y no me importa nada. Shalom me mira con ojos brillantes, suspira y apoya la cabeza en mis pies. Ella conoce bien lo que estamos viviendo, la indiferencia y el rechazo  que provoca un vagabundo. Para ella es un juego, sabe muy bien lo que es hurgar en la basura para tener algo que comer cada día, beber agua sucia de los charcos y ser echada a pedradas de todas partes. Ahora se siente segura y querida, acompañarme y protegerme le hace sentir importante.

     En este estado alucinado tengo urticaria, un sarpullido ocasionado por el calor y el sudor. Me contengo para no rascarme como un perro sarnoso, me sacaría la piel a tiras y no se acercaría nadie, no sea que tengamos piojos o algo peor…miro al vacío. Me acercaría un poco a la tienda, para sentir la caricia del aire frio escapándose por la puerta, que aliviaría mis picores. Seguimos pasando calor en un banco a la sombra, mojo a Shalom y le doy agua que bebe con avidez de un vaso de plástico que he encontrado tirado en el suelo.

     De pronto se acerca una pareja joven de rasgos orientales, la chica se queda apartada junto a un árbol, el avanza,  me pone dos euros en la mano y me pregunta tímidamente si quiero un paquete de galletas de chocolate. No me lo puedo creer, con lágrimas de gratitud cojo las galletas y les doy las gracias varias veces. Se van y  me quedo flotando en una nube de agradecimiento.

     Enseguida se acerca una chica joven, delgada, con un vestido estampado amarillo. Con tono avergonzado murmura algo y me da un billete doblado de cinco euros. Abro unos ojos como platos ante ese ángel flaco que me da una fortuna y se lo agradezco repetidamente juntando las manos. Estoy tan asombrada  que no puedo hablar, aunque me gustaría decirle “Gracias. Que Dios te bendiga”, solamente un “gracias” ahogado sale de mis labios. 
Estoy noqueada, por primera vez en la vida experimento la verdadera compasión, que me deja sin palabras, que todavía no soy capaz de explicar. 

     Sé que el dinero y las galletas no son para mí, me acuerdo de la gitana rumana del martes, tendré que buscarla mañana ¿Dónde estará hoy esta mujer?…Vuelvo la cabeza, y sentada frente a mí sobre su enorme hatillo de colores, a unos cincuenta metros, extendiendo la mano con un vasito de cartón, está la gitana. Pienso si ella me verá como la competencia en la mendicidad de ese tramo de la calle Orense y sonrío para mis adentros. La gente pasa frente a ella como si no existiera y eso me rompe el corazón. Necesito darle ese tesoro que no me pertenece: Siete euros y un paquete de galletas.

     Me cuesta seguir en el banco, pero permanecemos allí un poco más, extiendo un trapito azul (en realidad una bayeta que he cogido del fregadero al salir de casa) sobre el que coloco toda mi fortuna: los siete euros y las galletas, con la vana esperanza de que alguien se anime a darnos algo más. La gente gasta en las tiendas, casi todos salen con bolsas, pero no dan nada. Pasa el tiempo y crece nuestra invisibilidad: Cuanto más gente pasa menos caso nos hacen, veo a un vagabundo muy sucio que busca en las papeleras sin pedir.

         No puedo más y me acerco a la gitana: es una anciana desdentada, descalza, con una enfermedad cutánea en los pies amoratados y escamosos que les da un aspecto horrible. Con una mano mugrienta de uñas renegridas extiende el vasito de cartón vacío que todo el mundo ignora. Cuando le doy el dinero me mira alucinada y esconde con avidez el billete entre los pliegues de la ropa, los dos euros van al vaso. Cuando le doy las galletas y las mete en una sandalia,  le brillan los ojos verdosos, es una niña golosa que sonríe con picardía. Me da las gracias sonriendo de oreja a oreja, mostrando unas encías muy rojas con unos pocos dientes negruzcos. Le digo “Gracias. Que Dios te bendiga” y el brillo de sus ojos verdosos se intensifica, mezclado con el asombro. Shalom la mira con simpatía, moviendo el rabo y olisqueando el hatillo multicolor que le sirve de asiento. Sus almas vagabundas se reconocen. 




                                      
      Sigo flotando en mi nube de compasión y agradecimiento, no siento el calor, ni los picores, ni la sed… seguimos andando por los jardines de Azca, llegamos a una zona con una gran fuente cuadrada con un surtidor central. En una esquina un indigente al que horas antes he visto recoger chatarra en un carrito de supermercado está a la sombra, durmiendo sobre la hierba junto a su botín. En otra esquina la gente de la zona juega con sus perros. Me quito el cartel y me acerco para que Shalom pueda estar con ellos sin que la traten como a un paria. La gente nos sonríe. La perra se baña en la fuente, el calor es abrumador, el cielo esta plomizo, me gustaría entrar en la fuente y bañarme con ella, que el agua helada me refrescara y aliviara los picores. ¡Debe ser horrible ser un perro callejero sarnoso!

      Llegamos a la puerta principal de El Corte Ingles, me siento en un banco con el cartel y recupero la invisibilidad. Al rato caen unas gotas gordas y se desencadena una gran tormenta, nos refugiamos bajo un alero delante de un escaparate. La gente que se refugia junto a nosotras mira los escaparates como si no existiéramos, no me importa nada. El niño de una familia musulmana quiere molestar a Shalom, le traspaso con la mirada y no le dejo acercarse, solo me falta gruñir.

     A las nueve deja de llover y cierran el Corte Inglés, los clientes salen a la calle y nosotras nos vamos. De pronto, surgido de la nada, veo a un hombre con gafas sentado en el suelo junto a una maleta y un perro. Hay unos cuencos con restos de una  paella naranja,  pienso y agua, unos juguetes sucios de perro y un platillo con algunas monedas. ¡Qué pena no haber guardado los siete euros y  las galletas para ellos! ¡Quizá me precipité dándoselo a la gitana! Al llegar a la esquina me doy cuenta de que tengo que dar de mi propio dinero, rebusco cinco euros, que es una cantidad que me ha impresionado al recibirla. Como ya no llevo ese cartel que me da una invisibilidad que no deseo, una pareja joven habla con nosotras y nos sonríe mientras hurgo en el monedero.

     Me acerco al hombre y al perro con el corazón en un puño, dejo las monedas en el platillo y el perro gruñe a Shalom por acercarse demasiado a sus pertenencias. El hombre regaña al perro con indulgencia. Siento el impulso de darle el cartel que he llevado todo el día, ese cartel que ha sido un resumen de mi vida de mendiga emocional:

“NUNCA PENSÉ VERME ASÍ. SI TU CORAZÓN TE DICE QUE NOS AYUDES, GRACIAS. DE TODOS MODOS, QUE DIOS TE BENDIGA”, con un corazón rojo.

Le digo: “Esto es para ti, gracias,  que Dios te bendiga”. Siento un enorme respeto y agradecimiento. El hombre me mira con incredulidad y me da las gracias varias veces, guardando el cartel en la maleta con cuidado después de haberlo leído.

     Ellos son la versión pro, nosotras la amateur de la mendicidad: Van un poco más sucios y desaliñados que nosotras, que en cambio estamos bastante más flacas que ellos. Ellos se quedan en la calle, nosotras volvemos a casa.  Los cuatro estamos llenos de dignidad, esa dignidad del Ser que solo se entiende desde el corazón. 

     Nos vamos a casa, corre el aire fresco y limpio de después de una tormenta. Nos sentimos agotadas y felices, Shalom sonríe pícara moviendo la cola, le brillan los ojos,  juega con mi mano y salta alrededor de mí diciéndome con su sabiduría  de alma vieja, de perra callejera: “Todo está bien. No importa nada”.



















miércoles, 24 de julio de 2019

SIETE EUROS Y UN PAQUETE DE GALLETAS – Capítulo I: Pordiosera emocional

SIETE EUROS Y UN PAQUETE DE GALLETAS  
Capítulo I: Pordiosera emocional

     Siete euros y un paquete de galletas son el resultado de un día de mendicidad en Madrid. Conozco bien la mendicidad: he pasado toda mi vida mendigando cariño.

     Mónyca Bourás, mi Maestra y Terapeuta, me hace una propuesta insólita: empujar los límites, hacer algo que jamás haría en mi vida. 

     Verme en la calle, arruinada, pidiendo limosna entre cartones ha sido mi peor pesadilla, una idea que me ha aterrorizado y me ha perseguido más allá de las dos veces en que me he arruinado; es mi mayor miedo. Decido mendigar, aunque pienso que lo que saque de pedir en la calle voy a tener que gastarlo en terapia, porque me voy a quedar fatal. Me da miedo hacerlo  y sin embargo confío en Mónyca.

     El lunes 15 de julio hago un ensayo general: Salgo a pedir con Shalom por la zona de Azca, junto al Corte Inglés de Castellana. Llevo este cartel:

“NUNCA PENSÉ VERME ASÍ. SI TU CORAZÓN TE DICE QUE NOS AYUDES, GRACIAS. DE TODOS MODOS, QUE DIOS TE BENDIGA”, con un corazón rojo.

Veo a una gitana rumana pidiendo en la esquina de un banco, le daré a ella lo que consiga, aunque creo que no voy a sacar nada. Me cuesta empezar, siento mucha vergüenza y miedo, me flaquean las piernas y estoy mareada. Por fin  saco el cartel y Shalom despierta más compasión que yo, algún murmullo de “pobre perrito” y la caricia fugitiva de una señora. Me siento en un banco, si alguien lee el cartel y le miro a los ojos sale huyendo…Me doy cuenta de que tengo que estar muchas horas y no mirar a nadie a los ojos si quiero conseguir algo. También tengo que dejar de ducharme y vestirme peor, aunque llevo una camiseta de hace 18 años llena de pelotillas voy demasiado bien vestida. 

     Hace mucho calor, estoy sudando a mares y tengo un estado de conciencia en el que me siento flotar,  la vergüenza de mendigar ha desaparecido. Aunque mido 1,80 m  y Shalom es una perra grande y negra parecemos no existir para nadie. Ella se porta de una forma increíble: es una perra inquieta y muy joven que permanece todo el tiempo tranquila, creando una barrera invisible de protección, tumbada, con la cabeza sobre mis pies. Entiendo a la perfección el amor que sienten los indigentes por sus perros, siento su fidelidad y su amor carente de juicios, pase lo que pase, en cualquier situación, solo quiere estar conmigo.

     No hemos conseguido nada. La soledad es abrumadora, me siento invisible de una forma dolorosa. Es un estado que conozco muy bien, el de pordiosera emocional. Por fin me doy cuenta de que mendigar me hace invisible. Después de una hora pidiendo en la calle Shalom y yo nos miramos a los ojos y regresamos a casa.






martes, 23 de julio de 2019

LIBÉRATE DE TUS MIEDOS, Recupera tu poder personal



Yo soy Morgana Cliton

Soy el fuego que ilumina las estrellas  y calienta el núcleo de la Tierra.

Yo soy el  punto central del Equinocio de Primavera

Soy el Sol que emerge por el Este

Soy la creatividad, la pasión, la compasión y la clara intención

Soy el reverdecimiento de mi naturaleza y el Son que nutre mi crecimiento.

Llámame para llenarte con el ímpetu del fuego tus intenciones,

Tus sueños,  y tu destino.

Soy la esencia del deseo y la plenitud

Soy el potencial realizado.

Conóceme

Hónrame

Recuérdame

Estoy dentro de ti

Soy el fuego del hogar que quema en vuestros corazones

Iluminando tu verdadera naturaleza.

Soy la chispa de la creación que se recuerda a sí misma

Soy el disipador de la oscuridad de la ignorancia

Soy la iluminación

Y digo: DESPIERTA Y SE LA LUZ.